Tamaulipecos fallecidos en el sismo de 1985
José Antonio Cruz Álvarez, historiador de la huasteca, cuenta historias, leyendas, anécdotas. Pero es la primera vez que cuenta la suya, la de sus padres víctimas del terremoto de la Ciudad de México de 1985. Ellos se hospedaban en el hotel Principado, edificio de 8 pisos estaba ubicado en José María Iglesias número 55, a metros de la plaza de república y el monumento a la Revolución. A las 07:19 de aquel 19 de septiembre, el edificio como otros, colapsó totalmente. Según la información oficial en este hotel había un 60 por ciento de ocupación hotelera y hubo 118 muertos más el personal.
-"Decenas de cadáveres están siendo retirados de los que fue el hotel Principado de la Plaza de la República. No se puede acceder a los primeros pisos del hotel ya que las escaleras del edificio han desaparecido", diría un testigo de la época..
“El fallecimiento de Gloria Álvarez Vázquez
y Florencio Cruz Ponce, mis padres que estaban hospedados en el hotel
principado en el cuarto 308 en la calle José María Iglesias 52, a media cuadra
del monumento a la Revolución, una situación bastante lamentable que hace que
hoy, a 30 años, nos lleva a recordar”.
Cuenta que sus padres tuvieron el mismo destino que
muchos, muchos tampiqueños:
Restos del Hotel Regis
“Hubo mucho desconcierto y mucho descontrol,
había miedo a una epidemia y muchos muertos se fueron a la fosa común. Nunca
pudimos recuperar los restos... los sacaban por atrás... Pero bueno, seguimos
adelante, es muy difícil para mí contar esto, pero ya era hora”
José Antonio Cruz Álvarez cuenta
que a él le tocó ayudar en las labores de rescate junto a los topos, al día
siguiente en el temblor del 20. El cronista tampiqueño relata que en esos años
era estudiante de arte gráficas de la Academia de San Carlos.
Florencio Cruz Ponce y Gloria Álvarez Vázquez
Cerca, a cuadras, está el lecho de muerte de otro tampiqueño, uno icónico para el Distrito Federal, el profeta del Nopal Rockdrigo González, quien murió junto a su novia Françoise Bardineten un edificio de la calle.
Rockdrigo había nacido en la colonia Altavista de Tampico, Tamaulipas, siendo su padre el ingeniero naval Manuel González Sámano y su madre la señora Angelina Guzmán. Estudió en los colegios Federico Froebel y Félix de Jesús Rougier. Durante su infancia y adolescencia Rockdrigo se nutrió de la tradición musical de la huasteca tamaulipeca y del rock y el blues en lengua inglesa.
Concluyó su educación media superior y formó parte de varios grupos de rock en su natal Tampico. También incursionó en el teatro y la literatura.
Abandonó la carrera de psicología en la Universidad Veracruzana y hacia 1975 se fue a vivir a la Ciudad de México. Durante sus primeros años en la ciudad, formó un dueto de canto nuevo con su amigo Gonzalo Rodríguez. En 1976, Rodrigo González, Gonzalo Rodríguez y otros amigos músicos interpretaron algunas piezas originales en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Con el tiempo, Rockdrigo logró trabajar al lado de Javier Bátiz en un bar de la glorieta de Insurgentes llamado Wendy's Pub, alternando con muchos grupos, entre ellos el Grupo Dama. Fue ahí donde lo conoció José Agustín, quien le escribió una reseña en el diario Unomásuno, en la cual declaraba:
"Si ya hay en el
rock de México quien domine a la perfección la técnica, la cadencia y el
ritmo junto con un talento para componer canciones que retraten nuestra
realidad a la altura de nuestros grandes compositores como José Alfredo Jiménez
o Chava Flores, no puedo más que decir que, de entrada, con Rodrigo González
tenemos un rock más complejo, crítico e inteligente..."
Ya entrada la década de los ochenta, Rockdrigo, junto a artistas como Jaime López, Roberto González, Alain Derbez y Rafael Catana, fue un promotor del Colectivo Rupestre, un núcleo de artistas de importancia para el desarrollo del rock mexicano. Hacia 1984 se presentó en diversos foros patrocinado por el CREA y editó un casete de manera independiente, Hurbanistorias, que a la postre sería el único material que él supervisara.
Lentes y guitarra de Rockdrigo, hallados en los escombros del edificio que habitaba en la Ciudad de México.
En septiembre de 1985, Rockdrigo entabló una negociación con el productor José Xavier "Pepe" Návar, de la compañía discográfica WEA, con la finalidad de realizar un disco profesional, proyecto que nunca se llevó a cabo.
La última tocada de Rockdrigo González ocurrió en la fiesta del primer aniversario del periódico La Jornada, celebrada el 15 de septiembre de 1985. Cuatro días después murió el músico tamaulipeco tras desplomarse el edificio donde vivía en la calle de Bruselas, colonia Juárez. Tan sólo tres días después del temblor iba a cantar en la presentación del libro “La banda, el consejo y otros panchos”, de Fabrizio sobre las bandas juveniles proscritas en esos años grises de Miguel de la Madrid. Rockdrigo junto con Jaime López y Rafael Catana eran los iconos de esa juventud olvidada-marginada y artífices de lo que se conoce ahora como rock urbano. Dos meses antes de esa fecha fatal, visitó su departamento para ponerse de acuerdo sobre las rolas que iba a tocar y el tiempo que iba a participar durante el evento. Llegó con su cámara Nikon y no esperaba que fuera una sesión larga y etílica. Rockdrigo con su gran sentido del humor “distensó” el momento para que el chavo de 25 años no le temblara la mano. Fabrizio tenía listos dos rollos blanco y negro y mientras disparaba escuchaba la guitarra blusera y la voz nasal del promotor del Colectivo Rupestre:
“Oh yo no sé por qué no me las sueltas/si te
aviento choros y te doy mil vueltas/hasta soy cuaderno ya de tus papás/le doy
pa’ su chela a tu hermano el rapaz/Oh yo no sé por qué no me las das/si agarras
la onda te alivianarás/y si me las sueltas al grito de “zaz”/en viaje muy chido
tu te meterás…”
Imagen de la sesión tomada por Fabrizio.
Su disco póstumo, El profeta del nopal, compuesto de demos y temas inéditos que dejó el artista, lo elevo a símbolo legendario en el rock nacional
A su muerte, con la anuencia de su padre, don Manuel González Sámano, sus amigos constituyeron la Asociación Civil Rancho Electrónico con el objetivo de recopilar su obra y destinar a un fideicomiso las regalías que generara la venta de sus discos. Este fideicomiso tuvo como fin contribuir a la educación y manutención de la hija que tuvo con Mireya Escalante, su pareja desde los años de juventud en Tampico hasta principios de los ochenta: Amanda Lalena. Al paso del tiempo, su hija estudió literatura en la SOGEM. De manera paralela a su trabajo como escritora, decidió hacer una carrera musical bajo el pseudónimo de Amandititita.
Comentarios
Publicar un comentario